jueves, 7 de diciembre de 2006

Augusto Pinochet

Tiranosaurios

Un viento borrascoso de agonía sacude la hojarasca que malcubría a los últimos tiranosaurios de América. Llega la glaciación y es tiempo de extinciones, hora de morir después de tanto tiempo de matar. El corazón de piedra de Pinochet se pudre en un hospital de Santiago, entre las alamedas ya democráticas de la última primavera austral, mientras las esquinas desconchadas de La Habana susurran la ausencia del Comandante en el cincuentenario del «Gramma», conmemorado por patéticos discursos de huecos guiñoles de cartón asustados ante la orfandad de su tiranía. Se va el caimán, se marchan los últimos caimanes del siglo XX por un pico de la Historia que sembraron de muerte, desolación, opresión e infamia.
Ha cambiado ya el ciclo de las dictaduras hispanoamericanas, sustituidas ahora por neocaudillismos de apariencia democrática que se renuevan a sí mismos en pantomimas electorales como la que Hugo Chávez diseña a la medida de su vociferante populismo de barraca. Y el tránsito simultáneo de Pinochet y Castro constituye una especie de relevo simbólico a ambos lados del hemisferio político, como si el libro de los despotismos se cerrase de golpe en el anaquel del pasado. Ambos van a morir, sin embargo, en sus camas, a salvo de la ira que desataron, a bordo del privilegio de serenidad que negaron a tantas y tantas víctimas de su crueldad: derrota silenciosa de la justicia que no ha logrado colocarles en el lugar exacto que demandaba su vileza. Pequeñas diferencias objetivas, empero: Pinochet negoció la impunidad a cambio de una evolución sin traumas rupturistas, y hoy Chile es una próspera democracia gobernada por una izquierda razonable. Castro decidió morir con las botas puestas, en numantina rebeldía contra la razón histórica, y ha condenado a su pueblo a una innecesaria agonía de privación y de tristeza. Inútil discutir quién fue más cruel o más vesánico, porque ambos representan el lado oscuro de la condición humana, por más que cierto progresismo de salón decidiese convertir al cubano en el icono de una revolución que nunca desearon para sí mismos estos adalides de la gauche caviar. Detrás de los dos dinosaurios queda una estela de represiones, fusilamientos, torturas, cárceles y exilios; un sendero de abyección y vileza que sólo desde el sectarismo puede hallar magros paliativos de una casuística miserable y hemipléjica.
Ni una lágrima por ellos, pues, ni un pestañeo de compasión ni de misericordia. Si acaso, el lamento de que hayan tardado tanto en desfilar, y lo acaben haciendo bajo el imperativo de la biología; todo lo más, la pena de que no les haya alcanzado siquiera de refilón, como a Somoza o a Trujillo, una migaja de la venganza y la rabia que sembraron, un ápice de la zozobra que causaron, una gota del veneno que inocularon en su delirio de despótica autocracia. Desearles que descansen en paz sería sólo un piadoso alivio si lo hicieran pronto.
IGNACIO CAMACHO

1 comentario:

Unknown dijo...

Creo que es bastante interesante la comparación que el texto realiza ente 2 especies de TIRANOsaurios latinos que un dia sembraron terror para algunos y calma para otros, de todas formas para mi no representan nada en lo absoluto. Seres como los que hoy han dejado de existir (Pinochet), sus seguidores y detractores son una tropa de ladrones hambrientos de poder y riqueza que solo piensan en su bienestar personal y de que sus cuentas (en chile y el mundo) crezcan y CREZCAN sin medida conocida, convencidos que esos bienes los acompañaran en sus vidas futuras. No quiero profundizar mas pero la politica en Chile no representa a la nueva generacion a la que pertenezco, se quedaron pegados y resentidos con el golpe del 73, y eso vale callampa, ni ahi con los putrefactos resentidos y ojala que se mueran junto con el tata...jejeje...los politicos estan...[mode caca]pa mi.